Fuente: La Brújula 24 ~ Ricardo Lemos transitó el camino que lo llevó a transformarse en referente en la venta de calzados. El turismo aventura y sus viajes por el mundo. Y una frase: “Se equivocan los que creen que solo tuve suerte”.
Aquel que emprende asume riesgos, que lo ponen frente a frente con el objetivo planteado ante cada proyecto. Cuando lo logra, disfruta de la satisfacción de haberlo alcanzado. Una de las cualidades que se requieren para acceder al éxito es la visión en perspectiva; también es primordial el rol de liderazgo, una característica innata con la que unos pocos nacen y que no se compra ni con todo el dinero del mundo.
El mérito es aún mayor si –como se suele decir– “se hace desde abajo”. En ese caso, toma mayor preponderancia la construcción ladrillo por ladrillo y desde los cimientos de la empresa que solo existe en la imaginación de quienes se animan a soñar en grande. Sin una palanca ni una abultada cuenta bancaria, se puede lograr ese anhelo; claro que el camino puede ser más extenso, pero la cosecha de lo sembrado tiene un sabor todavía más agradable.
Este es el caso de Ricardo Lemos. Conocido por el común de los habitantes bahienses, a los cuales alguna vez les ha vendido un par de zapatos en sus más de tres décadas como un ícono del rubro del calzado. En una sincera charla dentro de su acogedora oficina céntrica, le entregó unos minutos de calidad a La Brújula 24, para juntos “caminar a paso firme” por cada uno de sus pensamientos, porque la huella que dejó su trayectoria en todos estos años ameritaba no dejar ni un tema sin tocar. about:blank
El oriundo de Bahía Blanca, de 72 años, lanzó un viaje en retrospectiva: “Soy hijo de una familia compuesta por padres españoles. Ambos llegaron a Argentina en pleno desarrollo de la guerra, junto a mi hermana mayor que por entonces tenía 13 años y falleció hace poco tiempo. Tengo otra, la del medio, que reside en la ciudad”.
“Cuando mis papás se instalaron acá comenzaron trabajando en una chacra, ordeñando vacas, luego él se dedicó al reparto de hielo, donde si bien por aquel entonces aún era niño me gustaba acompañarlo. Junto a ellos vino mi tío, que es quien tiempo después se hizo conocido por tener a su cargo la empresa de colectivos Rastreador Fournier”, aclaró marcando la diferencia en relación al parentesco, para dejar en claro su vínculo con otra de las ramas más conocidas del árbol genealógico.
Inmediatamente, se concentró en su infancia, hablando en primera persona: “Mis primeros años de vida los pasé en una casa ubicada en la primera cuadra de Casanova. Comencé la primaria en la Escuela Nº 6 de Caronti, hasta el último año que lo cursé en la Nº 8 porque nos mudamos a calle Piedrabuena. Eran momentos difíciles que hacían imperiosa la necesidad de priorizar el trabajo por sobre el estudio”.
“Mi primer empleo fue como cadete en la farmacia Piqué, allá por 1963. Luego, la misma labor pero en la zapatería Gipsy, que estaba en calle San Martín, en lo que fue mi primer contacto con el rubro. Después pasé al sector de ventas de ese mismo comercio, hasta que llegué al puesto de encargado, momentos en los que la firma cerró y me ofrecen como parte de la indemnización, quedarme con la empresa. Acepté y con un 30% de las acciones comencé esa nueva etapa junto a un socio”, enfatizó, sobre el inicio de un derrotero exitoso en el mundo de los negocios. about:blank
Y lo situó en el lapso entre 1973 y 1980: “A partir de unas diferencias con quien estaba asociado, me abrí por mi propia cuenta. Inauguré mi primer local en calle Alsina 184, manteniendo el mismo nombre de la primera zapatería. Para aquel entonces yo ya estaba separado de mi primera esposa y tenía una nena (Mónica) y un varón (Cristian). Luego formé una nueva pareja y mis dos hijos vinieron a vivir con nosotros, conformando una familia que se completó con el nacimiento de Agustina”.
“Mi ex socio fue cerrando sus 8/9 zapaterías, las cuales fui adquiriendo. Es un rubro que conocía desde muy joven, me manejaba muy bien con las fábricas en Buenos Aires, clave para la venta de zapatos que a mi humilde entender es un oficio. No alcanza con tener plata y abrir un local de este rubro, tenés que conocer de tacos, hormas, colores, entender que lo que se usa en Brasil o Estados Unidos difícilmente se utilice en Argentina”, argumentó, como una de las claves de su suceso empresarial.
En paralelo, Lemos se adentró en la temática específica del rubro: “A nuestro país llegan modas pulidas que se modifican desde que surge en Florencia (Italia) y en Norteamérica, el gusto de la gente del conocido barrio Soho de Nueva York es similar al de acá. Fui abriendo las sucursales individualmente, con una gran ayuda de mi mujer que hasta trabajó como cajera de cada local que se abría”.
“Mi hija mayor terminó el secundario y quedó a cargo del segundo local que abrimos en calle O’Higgins que se llamaba Canela. El tercero fue R Lemos Shoes que coincidió casi con la incorporación a la empresa familiar de mi hijo, mientras que la más chica estudió comercialización y marketing en Buenos Aires tenía ganas de que le abra una zapatería allá, algo que me generaba ciertas dudas, por lo cual terminó regresando para sumarse al trabajo con nosotros”, añadió uno de los comerciantes más renombrados de Bahía.
Consultado respecto a por qué no amplió su imperio fronteras afuera, reconoció: “Pude haber abierto alguna zapatería en el sur del país, más precisamente en Neuquén, pero el tema es la gente que dificulta la situación de sobremanera. No es sencillo confiar en un encargado a tantos kilómetros de distancia de la ciudad en la que vivís. Hoy tengo 16 locales y cada uno con su impronta: hay dos de outlet, distintas franquicias y otros que son más finos, intermedios, con un perfil para gente más joven, de niño y un par exclusivos de hombre, tratando de abarcar todos los perfiles”.
“Actualmente con el tema de la venta online, le compramos a proveedores sin tocar el material, algo impensado tiempo atrás. En las exposiciones veías la horma, metías la mano adentro del calzado y ahora eso se perdió. Me quiero retirar y la pandemia me ayudó a tomar la decisión porque nos endeudamos, tuvimos que tomar créditos importantes para poder hacer frente a las obligaciones”, recordó, con respecto a los tiempos más duros del Covid-19.
En tal sentido, reveló cómo subsistieron: “Estuvimos meses cerrados, con alquileres que pagar más allá de que te hicieran un descuento, abonar salarios de los empleados con la imposibilidad de despedir personal. Solo nos quedaba como recurso la venta online que es tranquila, más aún en nuestro rubro porque los clientes quieren probarse el producto antes de comprarlo”.
“Sarkany vende online en Buenos Aires y hay clientes que vienen a hacer el cambio acá porque el talle depende de múltiples factores como la altura del taco, el tamaño de la horma. He disfrutado mucho de la venta de zapatos y todavía sigo con la misma fuerza que en mis comienzos, viajo a las exposiciones en las que me encuentro con la misma gente que hace 40 años, pero tengo decidido iniciar la retirada. Mientras tanto, estoy en el proceso de dejar todo encaminado”, se esperanzó Lemos, mientras se acomodaba en el sillón de su oficina.
Una de las preguntas más frecuentes es la que busca que el entrevistado grafique de qué modo cree que lo percibe la sociedad: “La gente que no me conoce piensa que soy una persona con suerte, pero a eso hay que acompañarlo con mucho trabajo. Sigo viniendo a mi oficina a las 7:30, cuando el local abre recién a las 9, es una costumbre. Me gusta tomar unos mates temprano, leer las noticias. Hoy Cristian aprendió bien el oficio en lo que respecta a los zapatos, Mónica está a cargo de la compra de carteras y Agustina se dedica a la administración, pago a proveedores, cheques, venta online. Ellos son los que se van a tener que arreglar cuando yo me vaya”.
“No es un trabajo para hacer a medias, son 60 empleados con los que tenés que cumplir y todos los días surge algo nuevo. Formar un equipo no es una tarea sencilla, necesitás un líder y un par que acompañen, pero suele durar poco por distintas contingencias de la vida personal de esas personas o mala relación entre ellos. Si a eso le sumás lo que es lidiar con el sindicato, la ecuación se torna aún más compleja”, destacó Lemos, ingresando en un terreno delicado.
Fue así que advirtió, casi a modo de denuncia: “Me ocurrió con la venta online en pandemia, donde me acusaban de tener muchos empleados en mis locales, cuando en realidad estaba la gente justa y necesaria para dicha modalidad. La gente de Empleados de Comercio vino acá con los bombos, me enfrenté con (Miguel) Aolita. Hasta se acercó la Policía para pedirme documentos, mientras por dentro me preguntaba cuál es mi delito si yo estoy trabajando. Cada vez que pasa algo, se presenta el gremio”.
“Me vienen a ver a mí porque tengo 16 locales, por eso ya decidí no complicarme más la vida. Hoy, el sindicato tiene mayor fuerza que el propio municipio, que debe ser el que regule el tema de la jornada laboral. Con respecto a esto, tener abierto en horario corrido te permite concretar alguna venta más, no es una locura, pero implica incorporar un empleado al comercio”, calculó, retomando cierta calma.
Sobre las bondades de no cerrar a la hora de la siesta y después de coincidir en que se trata de una cuestión cultural, puso un ejemplo: “Hay una fracción de clientes de la zona, familias completas en combis, que vienen a Bahía a hacer sus compras y te dan cierto aire desde el punto de vista de la rentabilidad, lo que demuestra que estando bien el campo, la maquinaria se mueve. La diferencia también se nota cuando los bancos están cerrados, marcando una fuerte caída en la facturación y el movimiento en general”.
“La ciudad está tranquila, considero que (Héctor) Gay es un buen tipo, pero quizás por miedo a perder votos recién ahora empezaron a arreglar la peatonal, tanto sobre O’Higgins como Alsina, después de que le envié un montón de fotos con bancos despintados o baldosas flojas. Un día me tomé el trabajo de captar las imágenes y enviarlas al municipio. A partir de allí la comuna se involucró: cambiaron los cestos de basura, limpiaron alrededor de los árboles, pero siempre falta”, dijo Lemos, algo cansado de la situación.
En simultáneo, analizó un fenómeno que profundizó la crisis de los locales como el suyo: “Los showrooms se convirtieron en un mal que nos viene complicando la existencia desde hace unos pocos años. Son totalmente ilegales, todo el mundo sabe donde están ubicados, pero nadie los saca, ni siquiera la AFIP. Al no contar con tanta financiación se les ha complicado hacerse de un stock para comprar y vender productos importados sin impuestos. Es un negocio redondo porque no tienen control ni del Ministerio de Trabajo, porque hasta contratan empleados. Es parte de una idea instalada de que hay que dejar trabajar a la gente, sea en las condiciones que sea”.
Viajar, su cable a tierra
No todo es trabajo para Ricardo Lemos: “Tiempo atrás teníamos un grupo muy grande, en épocas pre-pandémicas, con el cual hacíamos travesías 4×4 en camionetas. Íbamos mucho al sur a transitar por la nieve, pero hasta el valor del combustible influyó para que esas aventuras se dejen de llevar adelante. También solíamos viajar al norte del país. Llegamos a ser 12 vehículos, todos bahienses, que teníamos como destino final Villa Pehuenia, también visitamos Ushuaia por la ruta chilena para regresar por la 3, y conocimos Malargüe”.
“Tuve la posibilidad de viajar por distintas partes del mundo, pero Argentina no tiene nada que envidiarle al resto de los paisajes, sea el continente que sea. Estados Unidos tiene muy lindos paisajes, es muy amplio en cuanto a su territorio, pero nuestro país cuenta con una impronta que turísticamente está a la altura por el encanto y la belleza de su variedad de climas y atractivos. Si tuviera que elegir un lugar en el mundo para vivir, elijo Miami. Es el lugar ideal, desde un idioma que resulta amigable porque está habitado en su mayoría por latinos, sumado a las rutas, la conectividad y ni hablar de la seguridad y la legislación que se cumple. Es una cuestión cultural y de respeto”, reflejó.
Otra actividad que lo apasionó, pero que debió abandonar está ligada con la vida rural: “En un momento tuve un campo y me dediqué a administrarlo. Debo admitir que me gustaba mucho, pero tuve que venderlo porque sentía que podía descuidar las zapaterías y el riesgo era muy grande, poniendo en juego todo lo que había logrado hasta entonces”.
“Integro un grupo de Whatsapp con colegas empresarios de rubros afines al mío y solemos comentar las distintas situaciones que atraviesa el comercio, pero no somos muchos. El que tiene un solo local o dos tiene un pensamiento distinto al mío. Quizás tengo más afinidad con los titulares de cadenas de ropa deportiva de la ciudad, con quienes tratamos de ponernos de acuerdo sobre, por ejemplo, abrir o no en determinadas fechas puntuales”, destacó, en el segmento final de la charla.
Para el epílogo y casi emocionado, tuvo palabras elogiosas para su entorno más cercano: “Soy un agradecido de la familia porque he logrado que me acompañen y que cada uno de los miembros cumpla su rol a la perfección, con la tranquilidad de que si mañana tengo que dar un paso al costado, la maquinaria seguirá funcionando”.
La conversación previa, vía Whatsapp, entre entrevistado y periodista había girado en torno a pactar un encuentro que no se extendiera por más de 20 minutos. El diálogo, cordial y amigable, duró una hora y pudo haber sido más extenso…